Mimuna
Una muy larga que casi no escribo por no tener que pensar y que casi no envío por no tener que colorear. Con sentimiento.
Herramientas: Lápices Carioca con desgana.
Escena: Una en la que hace sol.
Canción: Paramore - When It Rains (Perdón)
Autoevaluación: 1/10, no quería y apenas lo intenté.
Primero
El título de esta carta hace referencia al último día de pésaj, la pascua judía, que era cuando quería originalmente habérosla mandado, aunque nunca lo escribí. Hace más de dos semanas, creo. Entonces quería escribiros sobre mi abuelo y sobre el hueco que ha dejado, que se hace notar especialmente en estas fechas. Supongo que con todas las tradiciones pasa parecido, pero esa idea tan antigua y patriarcal del “cabeza de familia” se vuelve absolutamente real durante las fiestas: mi abuelo era el corazón absoluto del pésaj, el que siempre repartía todo el jaroset (unas bolitas hechas de dátil, nuez, vino y canela que parecen cacas de oveja) entre mi padre y yo, dejando a los demás con lo mínimo, porque sabía que a los dos nos gusta muchísimo; el que hacía el bibilu (una parte de la cena que consiste en darte con una bandeja en la cabeza mientras cantas) con mucho teatro y aunque te daba muy flojo lo hacía sonar muy fuerte, como con efectos especiales de dibujos animados. Mi abuelo es la persona más jovial que he conocido, incluso cuando estaba muy muy enfermo, y os juro que se me aparece esa sonrisa que tenía (con muchos dientes y con los ojos y con la cara entera y soltando a veces carcajadas enormes, como “JAAA”, sobre todo si yo me enfadaba) casi todos los días, y que lo veo en todas partes, en las frutas que me como, en las cosas que hago, en las calles por las que paso muchas veces. He cogido hábitos nuevos que antes no tenía, como ver la película del medio día en los canales fachas de la tele durante el fin de semana o ir a la sesión de las cinco de la Filmoteca, durmiéndome siempre veinte minutos y acordándome de él en el umbral del sueño. La primera semana después de que muriese (qué feo queda escrito, qué frío parece) soñé que me lo en la cola de los cines del Palacio de la Prensa y que me sonreía. No decíamos nada más, y me reconfortó mucho. Yo creo que fue porque es el último cine en el que estuve antes de la pandemia, pero cuando lo hablé con mi madre me dijo que él siempre solía ir a esos cines a ver una película después de comer, y a veces me inclino a creer que es por eso, que cuando lo siento lo siento porque está alrededor de verdad; no soy una persona religiosa ni mística pero es muy difícil no pensar que alguien sigue ahí cuando lo ves en todas partes, y cuando lo sientes en cosas tan envolventes como el aire, la lluvia, la tierra. Este mes vi en mi casa (no en el cine aunque la echaron) Mysterious Object at Noon, la primera peli de Apichatpong, que tiene una escena en la que una hija lleva a su padre al médico y le dicen que se tiene que poner unos audífonos. Es una escena muy graciosa y muy real y me acordé de cuando fuimos a que le graduasen los oídos a mi abuelo para hacerle unos audífonos y como era, ya os digo, una persona tan jovial, a todo sonreía y decía que sí. La doctora preguntaba “¿has oído esto?” y él decía automáticamente que sí, aunque no estaba oyendo nada, así que tuvimos que estar muchísimo tiempo en la cabina hasta que encontraron la graduación correcta, porque su respuesta siempre era “sí, ¡estupendo!” y después sonreír, aunque no se enterara. En la peli el abuelo protesta y le dice a la médico que en su casa no le dejan ver en la tele lo que quiere, que son unos tiranos, y yo me acuerdo de lo que le protestaba a mi abuelo por quedarse a ver el western de la sobremesa o Los diez mandamientos o lo que sea que echasen a esa hora doblado al español en la tele facha, pero mi abuelo nunca protestaba: me miraba y se reía con ese “JAAA”. No he entendido hasta ahora la gracia de ver una peli a medias y dormirte la mitad mientras entra la luz de la tarde en el salón. A veces me acuerdo de él diciendo “la felicidad son estos momentos”, pero normalmente me acuerdo solo de su cara, disfrutándolos. Mi abuelo siempre andaba haciéndome café o mandándome a dormir a la habitación de al lado, le gustaban muchos esos ratos, y creo que inevitablemente para mí el cariño incondicional es eso: que te preparen un café, que te manden a dormir sin dejar de hacer ruido en la habitación de al lado, esa cara en la que ves que ellos están disfrutando de ti aunque tú estés cansada, o gritando, o a punto de dormir. No sé si todo el mundo tiene la capacidad de ser así o son solo mis abuelos, tan contentos de verte siempre. Se han cumplido en estos días (no en estos los de ahora que os escribo, pero en los de antes de que decidiese que esta era la carta que os iba a escribir, hace varias semanas, y tomase algunas notas), un año desde el día en que murió mi abuelo, y desde los días raros de pandemia en los que escribí este texto: las cosas de las que hablo no son las cosas en las que más pienso -creo, no me lo he vuelto a leer ahora y tengo malísima memoria-, pero el otro día alguien que acompañaba por la tarde a mi abuelo en los paseos, cuando ya no estaba bien, me dijo que siempre le pedía ir por la calle del colegio y le explicaba que por allí me llevaba cuando era cría y que ahí me paraba siempre a recoger flores. Creo que yo también hablo siempre de eso, sobre todo cuando paso por allí. No hablaba mucho con mi abuelo, pero pasábamos muchísimo tiempo juntos en silencio, así que me acuerdo de él siempre que escucho el silencio. Me acuerdo de él cada vez que llueve y me mojo y cada vez que veo un caracol y lo intento sacar del medio del camino para que no lo pisen. Me acuerdo sobre todo cuando está el día bonito y despejado, os prometo que a veces siento que mi abuelo se ha quedado a vivir en el sol, porque lo siento cada vez que me da la gana y pienso sin decirlo “la felicidad son estos momentos”. Suena cliché, pero es verdad, y la manera en la que él lo sabía me ayuda a sentirlo a mí también. Cuando se cumplió el año y fuimos a verlo le llevé un ramito de flores recogidas del camino -aunque eso no casa con las costumbres judías y eran las únicas flores entre todas las piedras del cementerio-, y, aunque esos días había estado lloviendo, salió el sol durante ese rato y en ningún momento dejaron de cantar los pájaros y de sonar los árboles como maracas, agitados por el viento. Pensé en la cara que habría puesto, en la felicidad.
Lo demás
Desde la última vez que nos vimos:
He estrenado un podcast junto a mi amigo Marcelo en el que hablamos de Buffy Cazavampiros, cada semana un capítulo: tiene una página de Spotify y un Tuiter y otro Substack en el que escribimos cosas y creo que lo escuchan tres personas pero ahora nos vemos todas las semanas, que es algo que aprecio mucho. Le hago esperar, me hago un café, hablamos un rato. Eso está bien.
Hemos seguido programando en Cinezeta y, en un ciclo en el que me angustiaba que todo saliese mal, al final casi todo salió bien: hablamos de Fast and Furious con la buena gente de Contraeldiluvio, vimos dos películas apocalípticas y dos películas resistentes, y estoy intentando que no me importe que no siempre pueda venir tanta gente a las cosas que uno hace, que se me da un poco regular, pero poco a poco. (Hoy es el cumple de Irene, la mejor programadora de España, por cierto: si me lees, felicidades también por aquí).
He visto Our Flag Means Death, Starstruck, Severance, Heartstopper y Young Royals, me han gustado todas, me han dejado con un hambre devoradora de planetas, estoy abierta a que me recomendéis más cosas, se puede responder a las cartas estas, vengaaaa, claramente no he hecho mucho más.
Llevo un mes para mandar esta newsletter porque no me apetece colorear, no sé en qué hora, aunque estuve en una cafetería de pintar tazas y lo disfruté mucho. Pintar es otra cosa que asocio con mi abuelo, parezco un niño pequeño, pero es mi newsletter y recuerdo a quien me da la gana. Pero eso, pintar. Lo de colorear dibujos de The West Wing roza lo ridículo pero todavía quedan 45845 hojas en blanco y siento que tendré que hacerlo para siempre.
He leído poco y escrito menos todavía. Acabé Monjas y soldados de Iris Murdoch, que se me fue desinflando hacia el final, y he empezado Supersaurio, de Meryem El Mehdati, que hizo una presentación estupenda el otro día en Madrid.
Me he matriculado a un máster, lol. Miedo.
He escuchado la misma música que escuchaba con dieciséis años: sobre todo Linkin Park, el primer disco de Avril Lavigne y el Riot!, de Paramore, en bucle. Por alguna razón me emocioné mucho al ver a Hayley Williams cantar con Billie Eillish en Coachella, y eso que nunca fui muy fan de Paramore. Me pareció que había en ella algo absolutamente elegante y solemne que no sé explicar, y me dio una sensación muy rara y muy rotunda de pertenecer a otra generación de repente. Respeten. Estoy muy sensible.
Hannah Witton, la youtuber en activo a la que sigo desde hace más tiempo, ha tenido un bebé, y Dan Howell, el youtuber cuasiretirado conocido como danisnotonfire por los que pasamos los años 10s viendo Youtube británico, ha subido un vídeo nuevo de una hora que me ha hecho sentir algunas cosas.
Salió el sol por fin, se volvió a poner a llover otra vez y ahora el tiempo en Madrid está tan ciclotímico como yo misma. He elegido a conciencia no hablar de las últimas semanas (retrocesos, dudas, pesadillas, desayunos de café con lexatín, you name it). “No trabajar” está siendo más difícil de lo que pensaba. No dejar de “trabajar”, también. Volver a salir al mundo después de dos años en casa tiene el potencial de demenciarte y es difícil encontrar tus límites. Volver a estudiar es, como digo, un poco aterrador. Mandé cuatro mil doscientos e-mails. Me he cambiado el avatar de tuiter. Seguimos.


Ay, ¡sabía que olvidaba algo ayer! ¡Preguntarte por Monjas y soldados! Me lo apunto para la próxima, que no se me pase. Ah, y me ha gustado mucho la newsletter, así que me he suscrito <3
Qué bonito, Noah. Me he emocionado un montón :_